EL
PAYASO, LA LINTERNA Y EL VOLCÁN
Vago Viloro nació en Pernambuco, Brasil, cuando
era niño sabía las historias de Don Quijote por las caricaturas, que siempre
traían una parodia. Vago Viloro se divertía demasiado, estaba encantado! Desde
entonces, siempre soñaba con viajar con Don Quijote, en verdad es que tampoco importa mucho constatar ahora
la exactitud de todas esas evocaciones. Lo que importa
en realidad es contarles el gran sueño de Vago
Viloro: conocer y andar por las catedrales de Quito!
Viloro antes de ser payaso, era un científico y
actor. En la vida del actor conoció y se enamoró de la poesía dramática de
Angélica Liddell. Dicen que desde hace algún tiempo que él, así como la
poeta creyó que el mundo es "colorido por fuera y podrido por dentro" y necesitaba con urgencia
un nuevo mundo, o tal vez, un conocido caballero errante, que quisiera hacer
realidad un mundo de ensueño donde la justicia, la paz y el amor fueran la
fantasía de que moviera a todo en absoluto.
Algunos dicen que él siempre prefería caminar en
la dirección opuesta: la calle, la moda, las costumbres, la historia. Le
gustaba vestirse de rosa y blanco y una flor en la solapa, y siempre con una
linterna en la mano, ya que uno nunca sabe cuándo va a encontrar a una persona
oscura. Para él, la linterna era su espada. La “espada linterna” nunca era
utilizada en contra de nada, sino a favor de: la honestidad, la alegría, la
autenticidad, la creatividad, y sobre todo de la irreverencia. Le gustaba decir
que la linterna era para ver el mundo en vivo y a color, era mágica, porque a
partir de sus luces era posible tener otra mirada del mundo. “Libertad, libertad, lanza sus pétalos, rayos
y cenizas sobre nosotros!” Esa era su insignia.
Misterios de la vida, el azar, la suerte o lo que
sea, una amiga de “Vago Viloro” fue a vivir en Quito. Ella estaba encantada con
los payasos y de niña soñaba con un payaso que le enseñara a escupir fuego a
los pies de un volcán, que para ella era
lo más extravagante, desafiante e irreverente del mundo. Los dos trabajaron
juntos por algún tiempo atrás, e hicieron una promesa casi bíblica: “antes de que el mundo se termine, seremos libres”.
Pasó el tiempo, y un día Vago Viloro fue a
visitar a su amiga. Fue a realizar su sueño: finalmente conoció Quito. En la
escuela le dijeron que el Centro Histórico de Quito había invaluables iglesias,
capillas, monasterios conventos coloniales, plazas, museos, construcciones
republicanas y una interesante arquitectura de inicios del Siglo XX. Al llegar
a Quito, Viloro le pidió a su amiga que lo llevara a la Iglesia de San
Francisco. Seguramente creía que iba a encontrar
a Cantuña y cuando ló encontrara encenderìa su linterna para que
nunca más necesitara hacer un pacto con el diablo.
Según la
leyenda dice que “en tiempos de la Colonia, un indio llamado Cantuña se comprometió a
construir el atrio de la iglesia de San Francisco. Una noche, antes del plazo
estipulado, Cantuña desesperado pactó con el diablo para que culminase la obra
antes del amanecer. Como pago le daría su alma. Miles de diablillos trabajaron
sin descanso, pero no alcanzaron a colocar la última piedra. Así se salvó el alma de Cantuña.”1
Firme en su propósito llegó con su linterna en la
mano, “Vago Viloro” entró en la Iglesia de San Francisco buscándolo, llamándolo y gritándole. Se sentía como un
caballero andante que luchaba contra los gigantes y dragones, hasta que se dio
cuenta de que el pobre diablo fue víctima del astuto de Cantuña. Cuando apareció el iluso diablito le dijo:
Señor Vago Viloro, no soy malo como usted piensa. En realidad, yo envidiaba a Cantuña
por tener el pelo ondulado, ya que fue elegido por el santo y lo llevó a
conocer todas las cosas del mundo y siempre pensaba “en el caso de que me hubieran llevado
a mí, yo tendría el pelo ondulado”.
El payaso andante al no encontrar ninguna evidencia,
ningún rastro de gigantes y dragones decidió buscar a su amiga y llevarla para
realizar el sueño de ella y partieron los dos para el punto más alto de la
Cordillera de los Andes: el volcán Chimborazo.
Vago Viloro le dijo a su amiga que Chimborazo es
la montaña más alta del mundo, más cerca del cielo o del sol. Se fueron armados
con la linterna, el alcóhol, el fósforo, bicicletas en lugar de caballos.
Subieron, exploraron las faldas del volcán,
comieron hielo, rieron y escupieron fuego. Inocente como un juego de niños,
corriendo, uno con la linterna y el otro escupiendo fuego TOWANDA*! Subieron a lo más alto de
la cumbre, porque creyeron que la linterna y el fuego escupido derretirían el hielo y no sentirían frío.
Se acostaron cansados. Sentían que el frio
intenso les hacía perder el movimiento
de las piernas, de los brazos, ya no
podían moverse. El payaso encendió su linterna iluminando el cielo y habló con
su amiga “sin brazos y sin piernas mi
cuerpo parecerá un cohete y vosotros seréis las estrelas”. Nada más irreverente para ellos que ese momento.
Se sintieron libres y felices. La esencia sagrada de cada uno estaba allí,
presente, viva, se dieron las manos y se hundieron en sí mismos, en el
infinito, en el cielo, en el fuego, en la
luz, en la vida, en el cosmos!
Al payaso desafiante le habría encantado subir a
la Torre Eiffel, dar un beso a la Monalisa, jugar con el soldadito de plomo,
subir a la pirámide del Louvre, montar a los caballos de la Reina, bañarse en
el lago, orinar en los árboles del Voldenparkem Amsterdam y a Cantuña ayudarlo
a deshacerse del diablo... pero se encontró en la cabeza del hielo, el volcán Chimborazo, señor de los señores.
1. Este
contenido ha sido publicado originalmente por Diario
EL COMERCIO en la
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*Towanda era el grito de guerra de la
actriz Cathy Bates en la película "Tomates verdes fritos". En la
película gritar "towanda" era su forma de enfrentar la adversidad y
seguir adelante, devolviendo cada golpe de la vida.
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